Siento como si de alguna manera viajara entre tonalidades fusionadas del rojo y el azul. ¿Cómo decirlo? El azul fue mi color favorito desde niño; todos mis dibujos estuvieron marcados por un azul eléctrico, fuerte, imponente, que desde mi perspectiva no hacía más que resaltar las figuras temblorosas de mis primeras incursiones en la sinuosa habilidad que es ilustrar. Durante mi adolescencia (quizá entre los 15 hasta los 25 años) marcó fuertemente el color morado. Inexplicable, loco. Una exaltación de todas las emociones que encontraba durante el camino y que este color se encargaba de caracterizar así a sus formas, añadiendo ese ingrediente poco discreto y abismalmente apetecible. El morado es locura, es emoción multiplicada por adolescencia y elevada a locura y desenfreno. Pocas veces se encuentra el morado tan exaltado y frenético. Es un color extraño y con voz propia. Sólo los oídos correctos podrán escuchar sus palabras, y sólo unas pocas mentes serán capaces de decodificar el